Pueblo de Guerreros

1 octubre 2017

Los grandes hombres no se muestran en los momentos de paz y tranquilidad, cuando el mar está en calma y no hay dificultades; los grandes hombres se forjan al crisol de la adversidad y se templan con el fuego de la propia zozobra. “Aquello que te ata, puede liberarte también”, me decía un maestro hace tiempo ya, y es cierto, la vida y cada una de sus aristas, son una simple y llana piedra de toque donde el ser humano tiene la posibilidad tanto de bruñir el espíritu y entrenar la mente, como de perderse y dejarse caer en el peor de los abismos… ¿De quién depende esta decisión? Del mismo ser humano en cada paso que da, en cada simple decisión que toma, por trivial que parezca.

 

Esta semanas que han transcurrido desde este kármico 19 de septiembre, que ya parece perfilarse como una más de las cábalas de este pueblo al que pertenecemos, hemos sido testigos e incluso en muchos casos hemos palapado o tal vez hasta protagonizado actos que van más allá de lo heróico, y no me refiero única y necesariamente a los héroes expontáneos que surgieron de entre los propios ciudadanos de esta metrópoli para auxiliar a los compatriotas en desgracia, sino principalmente me refiero al “héroe silencioso” que despertó en cada uno de nosotros, y que nos hizo poco a poco levantarnos de entre la cenizas, de entre las ruinas, el miedo, la desesperanza y la incertidumbre. Ese héroe que nos empujó a volver a nuestros trabajos, a nuestras escuelas, a nuestra mal llamada vida cotidiana, que para quien vive en consciencia, nada debe tener de cotidiana, sino todo lo contrario. Desde lo más hondo de nuestro más oscuro abismo interior, ha emergido el victorioso despertar de una consciencia que la mayoría de los inscipientes mexicanos mantenían enterrada. Al cimbrarse este suelo que ancla nuestros pies a la sagrada tierra que nos ha visto nacer, nos recordó de forma ciertamente amarga, no lo niego, que nuestra única propiedad, nuestra sola prerrogativa, nuestra única potestad, no es más que el instante presente que tendemos a obviar en medio de nuestra enajenate vida, priorizando el futuro que las más de las veces nunca ocurre, o al menos no como lo pensamos; y añorando un pasado que honestamente no ha sido tan idílico como nos afanamos necia e imprudentemente en asegurar.

 

Las posesiones, los planes, las garantías y todo aquello que dábamos por sentando, se escapó de nuestras manos cual arena del desierto; en menos de un minuto mientras nuestras piernas de milagro nos sostenían ante la inestabilidad del suelo que nos sacudió aquél cuasi medio día de septiembre. Para aquellos que tuvimos la suerte, si se le puede llamar así, de sobrevivir de una u otra forma al cataclismo, siguieron las horas amargas de la pérdida, el duelo y la devastación. Pero entonces sucedió lo verdaderamente trascendente en algunos de nosotros, muchos me atrevo a asegurar: Al ver nuestras manos vacías, desprovistas, contemplamos el mismo vacío, empero la verdad innegable de que aún teníamos manos, vacías sí, pero manos al fin, y piernas y ojos y mente por encima de todo… ¡Y vida! Y algo había cambiado en nosotros, nos sentimos verdaderamente vivos después de muchos años de letargo, y entonces comprendimos que la vida nos había recordado el gran regalo del ahora, ese gran “presente” que sólo la consciencia plena nos puede obsequiar a cada instante; y claro que nuestras manos estaban vacías, claro que “perdimos”, pero la realidad es que también ganamos.

 

Un pueblo de guerreros volvió a despertar y estamos listos para tomar las riendas de la vida y no volver a dar nada por sentado. Esta tierra que nos da su abrigo, y que ese día nos sacudió no sólo en lo físico-material, sino principalmente en nuestro universo interior, nos está dando una nueva oportunidad de levantar el vuelo y recuperar el lugar que nuestra raza ha perdido. El cambio es hoy y ya está sucediendo; México ha despertado y sólo hay dos posibles alternativas para cada uno de nosotros en medio de esta salomónica disyuntiva: O asumimos el gran compromiso que tenemos como herederos de nuestro sagrado linaje y enderezamos este país que nos dio sustento, o nos dejamos caer en la indolencia y volvemos a dormir el sueño eterno; la decisión final es de cada uno y no habrá otra oportunidad.