Desde hace algunos años, y desde luego no pocos ya, he sido testigo del surgimiento de un acalorado debate respecto de la enseñanza de las disciplinas del diseño. Desde luego que el objeto de las mismas no me parece deleznable, sin embargo no puedo evitar ver que en muchos casos en la práctica real, las instituciones seguimos pretendiendo enseñar lo mismo y de la misma manera que hace 20 años.
Uno de los aspectos que llama poderosamente mi atención, es el tema de que se persista en el error de desvincular el diseño de áreas completamente interdependientes como lo son la mercadotecnia, la publicidad y la propia comunicación. El ejercicio de la profesión más allá de los aspectos meramente técnicos, se ha tenido que reorientar en la práctica profesional hacia una dimesión integral, en la que estas áreas afines no se pueden ni se deben separar de ninguna forma. ¿Pero qué pasa cuando los que “enseñamos” no tenemos ni la más remota idea de estas otras áreas, la demanda laboral actual y las problemáticas concretas que enfrentan los diseñadores en los empleos? ¿Qué sucede cuando aparte, muchos docentes nos hemos convertido en “académicos de carrera” y no tenemos ni el más remoto contacto con la realidad del mercado laboral? Pues simple y llanamente que nos dedicamos a seguir “formando” -o más exactamente, pretendiendo hacerlo- desde una plataforma rancia por decir lo menos.
Encuentro harto fuera de lugar que las instituciones y los propios docentes, sigamos pretendiendo guardar una devoción casi enfermiza a autores que escribieron sus aportaciones hace años, sin siquiera darle el más mínimo asomo de posibilidad a los estudiantes de cuestionar bases de conocimiento que en muchos casos ya se encuentran desactualizadas.
Por otro lado, el espacio académico de una universidad, habla justamente de la “universalidad” del conocimiento, donde los estudiantes deben tener la oportunidad de enriquecer su visión a través de la diversidad de puntos de vista de los diferentes docentes que imparten las distintas asignaturas. Pretender la homologación de puntos de vista con el sólo objetivo de justificar al cuerpo académico en conjunto, es tanto absurdo como inaceptable. Cada estudiante debe tener la oportunidad de cuestionarlo todo, de probarlo todo, y finalmente de forjarse un criterio propio, una metodología plenamente personalizada y única, que en última instancia le permita desempeñarse de forma adecuada en el ámbito profesional. Por supuesto que ese proceso de formación no debe terminar al concluir la etapa formalmente académica de la vida, sino que sigue con el paso de los años.
El valor de cada docente radica justamente en la colección de experiencias tanto académicas como profesionales, que le permiten compartir con los estudiantes determinado conocimiento de cierta área. Como tal, cada docente es una pieza única dentro del rompecabezas que integra la formación académica integral de un estudiante en una universidad, y justamente dicha diversidad es lo que enriquecerá a la postre, el resultado final de la formación de un individuo. En mi opinión, los diferentes puntos de vista no debilitan al cuerpo académico, sino por el contrario, amplían las posibilidades de formación de los estudiantes. Este proceso hoy más que nunca, es responsabildiad de cada estudiante, y las instituciones debemos disponer todos los medios y posibilidades para que dicho proceso pueda resultar lo más enriquecedor posible para cada individuo.